"Esto no tiene sentido -pensó el conde Gregor von Dechiel
mientras su ejército de cadáveres cruzaba el vado de Geidenheim-. Marchaos
hacia la guerra de nuevo; pero no para clavar una lanza ensangrentada en la
fofa panza del Imperio, ni para descabezar a un orgulloso Príncipe Elfo y
plantar su cabeza empalada frente a sus tropas, ni para ahogar a un Clan Enano
en su propia sangre: marchaos para liberar esta tierra de esa plaga que lo
infesta todo".
Von Dechiel había
luchado contra los hombres rata con anterioridad. Tenían la molesta costumbre
de salir esporádicamente de debajo de las ruinas de Geidenheim cada vez que se reproducían
en un numero suficiente como para representar una amenaza. Aproximadamente una
vez por década, tenían que llevar a algunos de sus mejores compañeros
inmortales al campo de batalla y hacer que los Skavens se volvieran a sus
madrigueras. Tan solo vivían un puñado de años, un mero parpadeo para los
eternos guerreros de su Orden; y ningún de aquellos malvados bichejos tenía el
coraje necesario para enfrentarse con él cara a cara.
La serpenteante
columna de sus secuaces no muertos apretó sus filas tras él mientras von
Dechiel abría el camino a través de marchitos campos de maíz, ríos de negro
cauce y bosques antiguos y retorcidos. Había enviado a su más reciente vampiro
neonato a Geidenheim tres noches antes con el pergamino que contenía su edicto:
todas las ratas debían abandonar la ciudad en ruinas o morirían, una por una,
en el campo de batalla. Como siempre, ignorarían el aviso: tenían muy poca
memoria histórica y solían demostrar una total falta de respeto.
"Por lo
menos, la espada de Vanghai estará húmeda y tendremos un poco de practica en
disciplina marcial", masculló von Dechiel mientras su Pesadilla avanzaba
al trote con cada zancada resonando sincronizada a la perfección con las de las
monturas de los Caballeros Negros que le rodeaban. No era estúpido y sabía que,
de todas las razas del Viejo Mundo, los Skaven eran los más dados a recurrir a
subterfugios y trampas mortales. Había más honor marcial en la uña de su dedo
meñique que en un escondrijo entero de hombres rata. Pero Geidenheim era el
lugar donde recibió su beso de no muerto y su tumba abierta seguía allí. Aquella
noche, las alimañas deberían ser exterminadas.
Sacado de la White Dwarf 73
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