La continua tormenta en la que se había convertido el planeta Colosus, creaba una atmosfera fría, por lo que los guardias imperiales que custodiaban las afueras de las ciudades colmena en el planeta soportaban bastante frio, barro y una luz apagada se mantenía casi todo el día.
El turno de Tanikka empezaba, el camión de relevo de guardia los había dejado en sus
puestos en el emplazamiento de la puerta norte de una de las ciudades colmena más
alejadas, un acceso bastante solitario, aquí un puñado de tropas custodiaban un
paso que seguía abierto debido al respeto de las tradiciones de las tribus nómadas.
Aun así pasaban pocas personas por aquel lugar, quizás medio centenar al día, a
diferencia de las miles de personas que entraban y salían de otros accesos más
cercanos a ciudades colmena con comercio.
Un grupo de ciudadanos procedentes de algún lugar del bosque se aparecieron en
la puerta, se formó un tumulto rápidamente y las voces se alzaron, llevaban
ropajes extraños, como si de una secta se tratase, pero los tres hombres que
estaban en la puerta no debían perder la calma. El joven militar que se
encontraba en la parte superior del bunker apuntaba su arma pesada con determinación,
por la radio susurraba: si me dais la orden los líquido señor...
El grupo de forasteros fue aumentando, Tanikka que era el segundo al mando en
la zona de retaguardia llamó al centro de mando, una voz se puso segundos después
al otro lado del trasmisor. ¡Era el general Valaquia!-se sorprendió el soldado.
Un alto cargo del ejército que se encargara de una situación tan nimia...era
algo llamativo y digno de compromiso.
-Aquí Valaquia, espero de vosotros el compromiso digno del cuerpo de Astra Militarum. Sois guardias imperiales, no lo olvides muchacho, debes realizar tu misión como fuiste instruido hace dos semanas, sin vacilar, el honor del cuerpo depende de ti.-colgó a continuación.
Tanikka aun meditaba lo que había pasado, solo le había dado tiempo a comentar la situación, aun así unicamente había recibido una instrucción y era difícil de procesar, su misión era crear el caos donde hubiese traidores del dios Adom. Por lo que el soldado bajo la cabeza, cogió su pistola y se acercó al puesto avanzado con otros compañeros de confianza, entre ellos Haakko, al cual le gustaba que todo se derritiese...
Cuando llego al lugar, el sargento Paanus ya estaba ahí, la gente se había
quedado callada, su presencia era poderosa y el tumulto lo sentía. Aun así, una
voz metalizada sonó a través del resto de cabezas encapuchadas y volvieron los
empujones y las protestas. La voz venia del fondo del grupo, una figura enorme
tapada con una capa no dejaba ver quien era. Tanikka miro al sargento y le hizo
una señal, Paanus mando avanzar y sus hombres golpearon con las culatas de las
armas a la muchedumbre que retrocedía.
El problema comenzó cuando los fanáticos sacaron sus armas, al parecer todos tenían
armas improvisadas e incluso algún antiguo rifle, la cosa se volvió tensa, pero
Tanikka sabía lo que debía hacer, su machete lanzo un corte hacia el civil que
estaba en frente y la sangre voló por todos los lados, antes de que cayese ese
hombre el soldado disparo varias veces su pistola y el combate comenzó...
La sangría termino rápidamente, en cuestión de segundos, los
forasteros habían sido exterminados, destruidos, una cantidad enorme de balas
los habían acribillado en poco tiempo, el fuego del lanzallamas de Haakko había
hecho bien su trabajo y no quedaban supervivientes.
***
Tanikka se encontraba en un calabozo junto a Paanus y Haakko. Los tres habían sido considerados responsables de la matanza y los Halcones Negros los habían detenido hasta el juicio. Este soldado sabía que iba a ser condenado a muerte seguramente para calmar el odio que sentía parte de la población hacia los soldados y sobre todo hacia su religión adomnista, simplemente era cuestión de odio y venganza .
Pronto escuchó disparos en aquella habitación moderna y con iluminación diferente a lo que eran sus barracones sucios y llenos de humedad. La estancia estaba dentro de la ciudad y los tres se sintieron extrañados de que alguien asaltara un bastión de los Halcones Negros. Era una locura.
Después de media hora de disparos, explosiones y gritos, unos cuantos soldados aparecieron en su celda, ellos se ocultaron pensando que los iban a disparar, pero les dijeron: hemos venido a sacaros de aquí soldados, sois el orgullo del cuerpo y de nuestra causa, todos bendigan a Adom!-sentencio el soldado que abría de un disparo la celda.
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