Imperio Otomano




El mundo evoluciona deprisa en este inicio de siglo, quizá demasiado; pero para el Sultanato de Constantinopla las cosas deben seguir su curso, como llevan haciéndose desde hace siglos. El incansable ritmo de la tradición marca sus pasos. 

 

El Imperio Otomano es temido en toda Europa. Ocupa los Balcanes y amenaza con introducirse en el centro del Viejo Continente, algo que aterra al Antiguo Régimen. Sin embargo, el Sultán y su corte no temen represalias. Allah es misericordioso, y el Islam debe extenderse por el continente europeo, como ya lo ha hecho en Asia y África.

 

Los germanos, atrapados entre el miedo y el derrumbe de sus tropas, han decidido difundir una propaganda oscura de sus enemigos, describiéndolos como demonios rojos.

 

Irónicamente esto ha mejorado los resultados en combate de los soldados jenízaros: su fama hace huir a muchas más tropas que las que matan. Pero el Imperio no está formado por demonios y tampoco únicamente por devotos soldados musulmanes; en su mayoría es una amalgama de tropas europeas y orientales, las cuales combaten por poder y riquezas. Es una horda que crece a medida que saquea las tierras de los conquistados.

 

El Sultanato no ha querido evolucionar en lo que va de siglo. Su estructura económica depende aún de una anticuada agricultura y del botín de guerra. Los saqueos al sur de lo que fue Austria y de los países eslavos les ha permitido llenar las arcas para mantenerse unos años más. Pero los tesoreros de la corte fruncen el ceño y no se dejan engañar por el flujo de bienes saqueados. Saben que, si no cae Viena, la guerra no podrá mantenerse mucho más tiempo.

 

La formación de soldados en masa en territorio europeo ha creado un ejército multicultural, donde cristianos y musulmanes luchan codo con codo junto a otros soldados llegados de muchas partes del mundo. La verdadera religión es el oro y la codicia, y eso hace que todos trabajen en armonía… mientras la paga se siga repartiendo.

 

La realidad estratégica en el Imperio Otomano es simple: más allá de la horda que asedia Viena, y de la guardia personal del Sultán en  Constantinopla, no hay ejércitos organizados en todo el territorio. Las tierras están yermas de protección y justicia, vulnerables a cualquier revuelta.  El Imperio Otomano es un cascarón vacío. Una caída del gran ejército del Sultán haría que cualquier contingente pudiera plantarse en las puertas de la capital en un par de días.

Todos estos peligros los conocen los consejeros y príncipes del Sultanato y por ello han desarrollado una serie de comandos de élite, secuestrando científicos para que trabajen en la corte del Sultán y creando armamento para el Imperio y sus necesidades. Allah provee, pero a veces hay que darle un pequeño empujón...


Tropas

Los jenízaros forman la espina dorsal del ejército otomano. De entre ellos los mejores han sido elegidos. Destinados a recibir todas las bendiciones de Allah, y a entrenarse con un armamento moderno, su impacto en el campo de batalla está siendo considerable. Donde el grueso del ejército del Sultán vence por la aplastante superioridad numérica y el miedo, los comandos hacen de sus armas el riguroso entrenamiento y una fe inquebrantable que raya el fanatismo.

 

Su eficacia les ha llevado a viajar más allá de las fronteras de una manera clandestina y poder asaltar objetivos vitales para la guerra política que azota Europa desde hace meses.

El soldado jenízaro es un habilidoso combatiente. Puede luchar bien en el cuerpo a cuerpo y disparar con una buena precisión. Su estilo híbrido  lo hace peligroso a media distancia y letal a medida que se reducen los akçes entre él y sus adversarios.

 

Su sable o Kilij es una formidable arma con la que pueden humillar hasta al mejor de los espadachines. Su nuevo subfusil es rápido como el de los rusos y, pese a llegar a poca distancia, dispara devastadoras ráfagas de cobertura.

Los avances tecnológicos no se quedan ahí: su máscara permite realizar cánticos y letanías musulmanas, los cuales hipnotizan a sus rivales, dejándolos paralizados de puro terror cuando esos extraños sonidos llegan a sus oídos. Estas letanías han causado estragos en el campo de batalla, permitiendo a los jenízaros aprovechar el miedo y la confusión entre sus rivales.

Décadas pasadas en duros campos de entrenamiento y adoctrinamiento, perfeccionan el estilo de combate más mortal de los jenízaros: la “danza turca”. Esta modalidad de esgrima permite a los soldados jenízaros relajar su cuerpo y lanzar estocadas con mayor velocidad, creando una oleada de ataques que difícilmente puede ser repelida por un simple soldado enemigo.

El Imperio Otomano se mueve en el filo de la navaja, como todos los imperios. La diferencia es que ellos lo hacen con la paciencia y rectitud que enseñan los sabios y el Corán. Cuando la muerte es la mayor de las recompensas, no hay lugar para la precipitación ni la desesperación.

“Dominar o Morir” 

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