En el frio norte, un grupo de países se erigió como bastión protector del luteranismo en el siglo XVII. Tras la guerra de los 30 años (o guerra de la fe), han vivido apartados del resto de Europa. El mayor ejemplo de este aislacionismo ha sido Suecia, decidida a mirar hacia el interior de sus tierras y no volver su atención hacia el soleado sur… hasta ahora.
Todo empezó a cambiar cuando la guerra contra
Napoleón, ese demonio insaciable, trajo la división y las matanzas a los
pueblos escandinavos. El orden volvió con el Congreso de Viena. Se instauró paz
tranquila, que beneficiaba a todos los ganadores.
Suecia aprovechó la situación: al año siguiente
conseguiría todo lo que se había propuesto. Rusia había despertado los deseos
de expansión de la nación escandinava, que no estaba dispuesta a soportar otra
guerra más en su territorio.
En estos años de contiendas, los suecos, pese a sufrir
parte del conflicto con los franceses, habían conseguido desarrollar una
revolución industrial distinta. No les gustaba la idea de usar carbón: era
sucio y hacia que el cielo se volviese negro. No lo necesitaban. Ellos tenían
gas. El avance tecnológico sueco empezó a impulsarse por motores de gas y aire
comprimido.
A pesar del crecimiento espectacular de su industria,
el resto de países permanecían ignorantes de la nueva era tecnológica sueca.
Era un secreto nacional. Sus fábricas de tela y armamentísticas estaban
escondidas en el interior del país. Pronto las llevarían a Finlandia; después,
a Noruega, lugares donde nadie podría acceder sin su permiso.
Con la llegada de 1816 las nevadas empezaron antes de
lo normal y continuaron incluso en verano. Nadie sabía cuándo iban a acabar, o
si quedarían sepultados en hielo, en virtud de algún castigo divino.
Lejos de aceptar su helado destino, como el pueblo
llano, los aristócratas trazaron un plan. Estos líderes de sangre azul
habían diseñado, hacía años, unos
túneles debajo de las ciudades. El objetivo de esta red subterránea era
esconderse cuando ocurriese algún ataque o algún fenómeno extraño. Cuando se
incorporó un sistema de aire caliente a estos túneles, las élites suecas
encontraron la manera de burlar el invierno.
Pero no se salvaría a toda la población: solo a los
trabajadores cualificados, militares y aristócratas. Todas las demás personas
quedarían al arbitrio de Dios y de la nieve, en el exterior.
Con la llegada la gran nevada, este subterfugio otorgó
a los suecos la posibilidad de sobrevivir. Aunque solo a algunos.
De un día para otro, la gente humilde se quedó sola.
Vieron como, extrañamente, habían desaparecido sus vecinos y la gente para la
que trabajaban. Muchos emigraron a Dinamarca o zonas menos frías, pero miles
murieron congelados. Pasados los meses, los soldados suecos salieron de su
escondite para inspeccionar: la superficie de Suecia era un frio cementerio.
Pero el resto de Europa estaba aún peor. Se
encontraron un mundo incomunicado, paralizado por el frio.
El momento había llegado. El rey Carlos XIII, desde su
letargo eterno, decidió llevar a cabo lo que su hermano no había conseguido:
expandir su corona contra sus enemigos naturales, Rusia y Dinamarca.
Dicho y hecho. Dinamarca fue tomada de una manera
fácil. Las gentes de Copenhague recibieron a esos soldados enmascarados y bien
abrigados como libertadores. Un rayo de esperanza, tras meses de hambruna y
frio.
El frente ruso fue más complicado, pero un idóneo
campo de pruebas para las nuevas tácticas de guerra.
Rusia. En aquel año, este gigante se encontraba
inmerso en los combates con el Ducado de Lituania. Este conflicto había conseguido menguar las fuerzas eslavas,
hasta atraer toda la atención y efectivos de ambos contendientes.
La corona sueca lanzó una invasión con pocos
efectivos, llevando a cabo una ofensiva basada en las guerrillas y los ataques
relámpagos. En pocos meses, tomó toda Finlandia. Después, caería la zona de
Estonia. Pero su objetivo último era la antigua capital de San Petersburgo. El
rey quería entrar en el Hermitage a cualquier precio. La ciudad fué tomada,
aunque su alteza no ha podido visitarla hasta ahora, por su débil estado de
salud.
Suecia ha emprendido un camino sin retorno, tanto a
nivel bélico como tecnológico, pagando por ello un alto precio moral. Está por
verse si esta senda conduce a la grandeza, o al desastre más absoluto.
Tropas
Los suecos han conseguido expandir su conocimiento
sobre el uso del gas y del aire comprimido. Sus tropas han evolucionado
rápidamente: han desarrollado, en poco tiempo, un sistema propio de combate. Su
armamento es de lo más avanzado. Además, la mayor parte de la población sueca
está dedicada a la producción masiva de armas y artilugios modernos.
Los soldados suecos son tropas envueltas en ropajes
pesados que, como la gabardina, los protegen del frío. Solo llevan un casco y
una hombrera metálica para protegerse de impactos de bala. El peso del uniforme
es un factor crucial, puesto que han de cargar con una mochila repleta de gas.
Y la victoria solo sonríe a quienes atacan rápido...
La mochila de gas es el elemento esencial del nuevo
ejército sueco. Este accesorio proporciona varias funciones a base de mezclas y
compuestos químicos. Cada válvula que utilizan los soldados en su mochila
proyecta un gas distinto.
Está el gas denso grisáceo, que crea una nube de humo obstaculizando la visión;
solo los soldados suecos, acostumbrados a la escasa luz, pueden continuar
disparando o andando.
Por otro lado, tenemos el gas tóxico: un humo naranja
surge de las espitas, deshaciendo a los pulmones de los enemigos. Es una muerte
lenta y agónica. Este veneno es algo a lo que pocos de sus rivales han
conseguido hacer frente. Solo los lituanos han aprendido rápido, debido,
principalmente, a las intensas escaramuzas que viven a diario en la zona norte
de su país.
Por otro lado, la mochila no solo emite gases, sino
que también da potencia a sus rifles de aire comprimido. Estas armas, de corta
distancia, pueden realizar disparos de sorprendente potencia contra sus
rivales.
Tres son las válvulas, tres son las maneras de atacar
de los suecos…
Lo único que aterra a los suecos es combatir cuerpo a
cuerpo. Este tipo de lucha es un retorno
a la primitiva edad media. Aquella edad oscura no les trae buenos recuerdos.
Los suecos rechazan sus raíces y su pasado. Quieren ser un país moderno, un
país que sea el poder del mundo, no un grupo de espadachines y carniceros
anclados siglos atrás.
No obstante, escondidos entre gases, ocultos por máscaras, se han convertido en una fuerza mucho más oscura y aterradora de lo que fueron nunca.
Comentarios
Publicar un comentario